Vos sos el paraíso
—Peeta, ¿por qué nunca sé cuando tienes pesadillas?
—Ni idea, creo que yo no grito ni me muevo ni nada. Simplemente me despierto paralizado de terror.
—Deberías despertarme.
—No hace falta, mis pesadillas suelen ser sobre perderte, así que se me pasa cuando me doy cuenta que estas a mi lado.
—Ni idea, creo que yo no grito ni me muevo ni nada. Simplemente me despierto paralizado de terror.
—Deberías despertarme.
—No hace falta, mis pesadillas suelen ser sobre perderte, así que se me pasa cuando me doy cuenta que estas a mi lado.
En llamas
—¿Sabías que la primera vez que te vi, pensé: Nunca he visto nada mas cautivante y
hermoso?
—¿Por qué me dices esto? —le dije tristemente.
—Te vi y quería estar cerca de ti. Quería que me dejaras entrar, quería conocerte en la manera que nadie más lo hizo. Te quería, todo de ti. Ese deseo casi me volvió loco. Y ahora que te tengo, lo único que me asusta es tener que volver a ese lugar. Tener que desearte de nuevo, sin ninguna esperanza de que mi deseo sea cumplido alguna vez. Eres mía, Ángel. Cada parte de ti. No voy a dejar que nada cambie eso.
—¿Por qué me dices esto? —le dije tristemente.
—Te vi y quería estar cerca de ti. Quería que me dejaras entrar, quería conocerte en la manera que nadie más lo hizo. Te quería, todo de ti. Ese deseo casi me volvió loco. Y ahora que te tengo, lo único que me asusta es tener que volver a ese lugar. Tener que desearte de nuevo, sin ninguna esperanza de que mi deseo sea cumplido alguna vez. Eres mía, Ángel. Cada parte de ti. No voy a dejar que nada cambie eso.
Finale
No me vengan con cuentos chinos. Uno siempre escucha hablar de la lealtad, uno prende la televisión y escucha a uno hablar de la lealtad, uno prende la radio y escucha hablar de la lealtad, todos hablan de la lealtad, todos hablan de la lealtad y nosotros somos la lealtad, así que ¿QUÉ ME VIENEN A HABLAR DE LA LEALTAD?
Según un mito, en el comienzo, el mundo estaba habitado por seres circulares llamados Andogrinos, formados cada uno por dos de los que somos ahora. Es decir que había androginos compuestos por dos hombres, otros por dos mujeres y un tercer grupo formado por un hombre y una mujer. Eran seres eternos y completos que, por eso, no necesitaban reproducirse y desconocían la muerte.
Esta condición de inmortabilidad y completud los embriago de soberbia, hasta el punto tal de que se animaron a comprarse con los dioses. Estos, enojados y a modo de represaría, los partieron al medio dividiendo a casa uno en dos mitades que mezclaron y esparcieron por el mundo. En ese mismo acto, también les fue arrebatada la vida eterna y nos dice Aristofanes que, a partir de entonces, todos vamos por la vida deseando encontrar esa otra mitad para unirnos con ella y ser nuevamente seres completos e inmortales.
Las circunstancias reinantes eran un tanto lóbregas: nuevo
colegio, nuevos compañeros, nuevos profesores. Requería
una nueva personalidad para enfrentar todos esos cambios.
Uno tiene que amoldarse a un nuevo trabajo, a una nueva
pareja, a un nuevo grupo de amigos, etc. Quienes no sabemos
amoldarnos necesariamente hacemos un cambio total de
personalidad, creando una que reúna justo lo que los demás
esperan de nosotros. Así es más fácil “encajar”, eso que me
costo toda la pre-adolescencia.
colegio, nuevos compañeros, nuevos profesores. Requería
una nueva personalidad para enfrentar todos esos cambios.
Uno tiene que amoldarse a un nuevo trabajo, a una nueva
pareja, a un nuevo grupo de amigos, etc. Quienes no sabemos
amoldarnos necesariamente hacemos un cambio total de
personalidad, creando una que reúna justo lo que los demás
esperan de nosotros. Así es más fácil “encajar”, eso que me
costo toda la pre-adolescencia.
Soy varias personas a la vez y varias personas que piensan muy diferente. Aún así, eso no me genera conflicto. No me contradigo: pienso diferente dependiendo de muchos factores. Todas mis personalidades conviven silenciosamente adentro mío y esperan su turno para salir. ¿De qué depende? ¿Cómo saben cuál de ellas tiene que salir? Bueno, ellas sí tienen las ideas claras y saben que cada situación merece una personalidad diferente, que se adecue, se amolde a las circunstancias vigentes.
Fuimos a Mc Donalds y pedí un sándwich de pollo con lechuga y mayonesa. Lo comí entero pero mucho antes de terminarlo ya me estaba sintiendo mal: me dolía muchísimo el estómago y sentía que ese sándwich estaba de más, que no era necesario alojarlo en mi estómago. Me sentía mal: la última vez que me había sentido mal, lo solucioné vomitando; muy bien, iba a solucionarlo en aquel momento. Me levanté y me dirigí al baño. Una vez ahí, dudé, así que me acerqué al inodoro e hice pis (como si hubiera ido para eso). Tomé valor y me metí los dedos hasta la garganta, rozando el paladar con mis uñas. Muy bien, eso dolió: tenía que evitar, a partir de ese momento, que mis uñas lastimasen mi paladar. Volví a hacer el intento y en menos de tres minutos la hamburguesa de pollo y muchas de las papas que había comido flotaban en el inodoro. Sí, es desagradable, pero es la verdad. No me sentía mejor: me salían lágrimas de los ojos (por miedo o por hacer fuerza) y se me había congestionado la nariz en cuestión de segundos. Pero mi estómago estaba vacío y ya no sentía ganas imprudentes de vomitarle a alguna de mis amigas en la cara.
No puedo explicar lo que esto produce en el cerebro. Creo que todavía no estoy abstraída totalmente como para contarlo así, con aires desentendidos, pero al menos voy a intentarlo. Genera desgano, genera enemistades inexistentes, hace que quienes te aman muten en enemigos mortales. Hace que quieras huir de tu casa, de tu cuerpo, de tu cabeza: todo te agota, te hace sentir un cadáver odioso al que todos temen acercarse. Muchos porque no saben qué esperar de vos y otros tantos porque tienen miedo de que te mueras si te hablan. Yo me estaba muriendo aunque la gente no se me acercaba.
Los mareos eran cada vez más usuales. Me levantaba de cualquier lado y veía todo negro: el mundo colapsaba; por diez segundos me invadía una ceguera impenetrable y mi cabeza mutaba en una montaña rusa. El mundo era mejor cuando estaba mareada: no podía ver o escuchar absolutamente nada; se me tapaban los oídos, perdía la noción del tiempo, del espacio. Cuando se hicieron más comunes los desmayos, aprendí a identificarlos antes de que apareciesen. Así, cuando sabía que iba a perder el conocimiento, me sostenía con fuerza y rapidez de cualquier pared, o baranda, o mesa que estuviera cerca de ese cuerpo que era más mío que nunca.
Me costaba dormir: Solía quedarme despierta hasta las dos de la mañana habiéndome acostado a las once de la noche. Eran horas insoportables donde no hacía más que repetirme que “es el precio que hay que pagar por ser perfecta”. Mentira, no era ningún precio, me estaba hundiendo cada día más y más profundo. Pronto iba a llegar al límite donde no había nada más debajo mío y ese día iba a ser el fin.
Suscribirse a:
Entradas (Atom)